Cuando los niños no saben decir lo que sienten: cómo enseñarles inteligencia emocional desde casa y la escuela

Muchos niños no logran expresar lo que sienten porque nadie les enseñó a hacerlo. La inteligencia emocional no nace, se aprende. Este artículo explica cómo acompañar a los niños a reconocer, nombrar y manejar sus emociones con empatía, respeto y seguridad emocional, tanto en casa como en el aula.

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“Mi hijo no sabe explicar lo que le pasa, solo llora o se enoja.”
“En clase, algunos niños golpean o gritan cuando están frustrados.”
“Le pregunto qué siente y me dice: no sé.”

Estas frases son comunes en padres y maestros. Y reflejan una realidad: muchos niños no saben identificar ni expresar sus emociones. No porque no las tengan, sino porque nadie les enseñó cómo hacerlo.

Durante años, se creyó que la educación debía centrarse en lo académico: leer, escribir, sumar. Pero la ciencia ha demostrado que las habilidades emocionales son igual o más importantes que las cognitivas para el bienestar, las relaciones y el éxito personal.

La inteligencia emocional, concepto popularizado por Daniel Goleman, no solo mejora la convivencia familiar y escolar: también fortalece la autoestima, la empatía y la capacidad de resolver conflictos. Enseñarla desde la infancia es una inversión para toda la vida.

En este artículo, exploraremos por qué algunos niños tienen dificultades para expresar sus emociones, qué consecuencias tiene esto en su desarrollo y cómo los adultos —padres, docentes y profesionales— pueden convertirse en modelos y guías emocionales para ayudarles a crecer emocionalmente sanos.


Cuerpo del artículo

I. Por qué algunos niños no saben decir lo que sienten

Los niños no nacen sabiendo ponerle nombre a lo que sienten.
Aprenden observando cómo los adultos reaccionan ante sus propias emociones y cómo los acompañan en las suyas.

Cuando un niño expresa tristeza y alguien le dice “no llores”, o muestra enojo y le responden “no te pongas así”, aprende que sentir es algo incorrecto o molesto.
Con el tiempo, empieza a reprimir o confundir sus emociones, manifestándolas a través de conductas inadecuadas o síntomas físicos (dolor de cabeza, de estómago, llanto sin motivo aparente, irritabilidad).

Las principales causas de esta desconexión emocional son:

  1. Falta de modelado emocional en casa: los adultos no expresan o regulan sus propias emociones, y el niño no aprende cómo hacerlo.
  2. Entornos poco empáticos o autoritarios: cuando se invalidan o castigan las emociones (“no exageres”, “eso no es para llorar”), el niño aprende a callarlas.
  3. Lenguaje emocional limitado: si nunca escuchó palabras como “frustración”, “miedo”, “vergüenza” o “orgullo”, no podrá reconocerlas en sí mismo.
  4. Sobrecarga de estímulos o estrés: el exceso de pantallas, tareas o tensiones familiares puede saturar su capacidad emocional.

Como resultado, el niño no sabe qué siente, por qué lo siente ni cómo expresarlo adecuadamente. Su cuerpo se convierte en el principal canal de expresión.


II. Qué es la inteligencia emocional y por qué es esencial en la infancia

El término inteligencia emocional (IE) fue definido por Peter Salovey y John Mayer (1990) y popularizado por Daniel Goleman (1995). Se refiere a la capacidad de reconocer, comprender y manejar nuestras emociones, y también las de los demás.

En el caso de los niños, esto significa aprender a:

  • Identificar sus emociones (tristeza, enojo, alegría, miedo, sorpresa, culpa).
  • Comprender por qué las sienten y qué las provoca.
  • Expresarlas de manera adecuada y sin dañar a otros.
  • Regularlas para no dejarse dominar por la impulsividad.
  • Desarrollar empatía, entendiendo cómo se sienten los demás.

Los estudios muestran que los niños con alta inteligencia emocional:

  • Tienen mejor rendimiento académico (Goleman, 2011).
  • Presentan menos conductas agresivas o disruptivas (Denham, 2006).
  • Son más resilientes ante la frustración (Eisenberg, 2010).
  • Forman vínculos más saludables y duraderos.

En cambio, los niños con bajo desarrollo emocional tienden a:

  • Reaccionar con impulsividad o aislamiento.
  • Tener dificultades para hacer amigos o resolver conflictos.
  • Mostrar síntomas psicosomáticos y ansiedad.

Por eso, enseñar a los niños a reconocer y manejar sus emociones es una forma de prevención en salud mental.


III. El papel de los adultos: los primeros educadores emocionales

Los adultos somos el espejo emocional del niño.
Cuando un padre grita, un maestro ignora o un terapeuta minimiza, el niño aprende que sus emociones no son bienvenidas.
Por el contrario, cuando el adulto escucha, nombra y valida, el niño aprende que sentir está bien y que puede confiar en su mundo interno.

Algunos principios básicos para educar emocionalmente:

  1. Nombrar antes que corregir:
    Si un niño está molesto, en lugar de decir “no te enojes”, podemos decir “veo que estás frustrado porque las cosas no salieron como querías”.
    Nombrar la emoción le da sentido y contención.
  2. Validar antes que juzgar:
    “Entiendo que te dé miedo la oscuridad” transmite aceptación; “no seas miedoso” transmite vergüenza.
  3. Modelar la regulación emocional:
    Los niños no aprenden lo que les decimos, sino lo que ven. Si el adulto se calma respirando o retirándose un momento, el niño imita ese recurso.
  4. Fomentar la empatía:
    Preguntar “¿cómo crees que se sintió tu amigo cuando le dijiste eso?” ayuda al niño a desarrollar conciencia social.

IV. Enseñar inteligencia emocional paso a paso

A continuación, una guía práctica basada en la evidencia psicológica para acompañar este proceso:

1. Ampliar el vocabulario emocional

Los niños pequeños tienden a usar palabras básicas como “bien” o “mal”.
Los adultos pueden ayudar nombrando emociones más específicas:

  • “Parece que estás decepcionado.”
  • “Eso que sientes se llama orgullo.”
  • “Creo que estás preocupado por lo que pasará mañana.”

El objetivo es que puedan identificar matices emocionales.
Existen herramientas visuales útiles, como el termómetro emocional o la rueda de las emociones de Plutchik adaptada a la infancia.

2. Crear espacios seguros de expresión

La familia y la escuela deben ofrecer entornos donde los niños puedan expresar sin miedo a ser castigados.
Por ejemplo:

  • Tener un “rincón de la calma” en casa o aula.
  • Usar diarios emocionales o dibujos para plasmar lo que sienten.
  • Realizar rondas de conversación emocional (“¿cómo te sentiste hoy?”).

3. Enseñar regulación emocional

Identificar la emoción no basta; hay que aprender a gestionarla.
Técnicas efectivas:

  • Respiración consciente (“hagamos tres respiraciones como si sopláramos una vela”).
  • Uso de cuentos o metáforas (“cuando la rabia entra, hay que dejarla salir sin que rompa nada”).
  • Actividades sensoriales (plastilina, dibujar, correr, abrazar un peluche).

4. Fomentar la empatía

La empatía se cultiva desde el ejemplo.
Cuando un niño ve a un adulto consolar, compartir o disculparse, aprende a hacerlo.
También puede desarrollarse con juegos de roles, historias y preguntas reflexivas.

5. Reforzar las conductas adecuadas

Cuando el niño logra expresar su emoción con palabras o logra calmarse, debemos reconocer el esfuerzo emocional.
Ejemplo: “Te felicito por decir que estabas triste en lugar de golpear.”


V. La escuela como laboratorio emocional

La educación emocional no puede quedar solo en casa.
El aula es un escenario donde los niños ponen a prueba sus emociones: frustración, cooperación, envidia, orgullo, vergüenza.

Los docentes son figuras reguladoras: pueden convertir un conflicto en una oportunidad de aprendizaje emocional.

Algunas estrategias escolares eficaces:

  • Incluir momentos de “asamblea emocional”.
  • Leer cuentos que aborden emociones y analizarlos.
  • Practicar mindfulness breve antes de iniciar clases.
  • Usar pictogramas o tarjetas para identificar estados emocionales diarios.

Cuando la escuela educa en emociones, disminuyen los problemas de conducta y mejora el clima relacional y el aprendizaje.


VI. Qué ocurre cuando no se desarrolla la inteligencia emocional

La falta de alfabetización emocional tiene consecuencias profundas:

  • Niños que golpean o se aíslan porque no saben expresar enojo o tristeza.
  • Dificultades para hacer amigos o tolerar frustraciones.
  • Adultos futuros con problemas para regular el estrés o las relaciones afectivas.

Desde la neuropsicología se sabe que las áreas cerebrales implicadas en la regulación emocional (como la corteza prefrontal) se desarrollan durante la infancia y adolescencia.
Si no se estimulan adecuadamente, las estrategias desadaptativas se consolidan.

Por eso, cada vez que un adulto escucha, valida y enseña a nombrar una emoción, está literalmente ayudando al cerebro del niño a desarrollarse mejor.


VII. Ejemplos prácticos de acompañamiento emocional

  1. Niños con miedo:
    En lugar de decir “no pasa nada”, se puede decir:
    “Veo que te asusta la oscuridad. Es normal sentir miedo. Vamos juntos y te acompaño hasta que te sientas seguro.”
  2. Niños con rabia:
    “Estás muy enojado porque tu hermano tomó tu juguete. Es normal. Pero no está bien golpear. Podemos pensar qué hacer para calmarte.”
  3. Niños con tristeza:
    “Parece que estás triste porque tu amiga no quiso jugar contigo. ¿Quieres contarme cómo te sentiste?”

Estos pequeños gestos enseñan al niño que todas las emociones son válidas, aunque no todas las conductas lo sean.


VIII. La inteligencia emocional como prevención en salud mental

Numerosos estudios (Denham, 2006; Goleman, 2011; Extremera y Fernández-Berrocal, 2013) demuestran que los niños emocionalmente alfabetizados presentan menor riesgo de depresión, ansiedad y violencia escolar.

Aprender a reconocer y gestionar las emociones es un factor protector de la salud mental a largo plazo.
Además, favorece el rendimiento escolar, la empatía social y la capacidad de resolver problemas.

La psicoterapia infantil, cuando se requiere, refuerza este proceso, ofreciendo un espacio donde el niño puede explorar emociones bloqueadas y aprender recursos adaptativos.


Conclusión

Los niños no nacen sabiendo decir “estoy triste”, “tengo miedo” o “me siento frustrado”.
Esa capacidad se aprende con paciencia, ejemplo y acompañamiento.

Educar emocionalmente no significa evitar el malestar, sino enseñar a convivir con él de forma sana.
Cada vez que un adulto valida una emoción, enseña a un niño que lo que siente importa.

Formar niños emocionalmente inteligentes es formar adultos empáticos, seguros y resilientes.
Y eso, más que un objetivo educativo, es una contribución profunda a una sociedad más humana.


Bibliografía

  • Goleman, D. (2011). Inteligencia emocional. Barcelona: Kairós.
  • Salovey, P., & Mayer, J. D. (1990). Emotional Intelligence. Imagination, Cognition and Personality.
  • Denham, S. (2006). Emotional Competence During Childhood and Adolescence. Annual Review of Psychology.
  • Extremera, N., & Fernández-Berrocal, P. (2013). La inteligencia emocional en el ámbito educativo. Revista de Educación, 362.
  • Eisenberg, N. (2010). Emotion Regulation in Children and Adolescents. Child Development Perspectives.
  • Ministerio de Salud del Perú (2022). Guía de práctica clínica para el desarrollo emocional y prevención en salud mental infantil. Lima: MINSA.
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