

Datos del Autor: Ps. Paolo Antonio Castillo Mendizábal (C.Ps.C. N°62446, ORCID ID: 0009-0003-1104-7058) Psicólogo peruano especializado en psicología criminal y clínica, con una destacada trayectoria académica. Contacto: +51962707026. Ver Más
“Uno no puede bañarse dos veces en el mismo río”, decía Heráclito de Éfeso hace más de dos mil años. Esta frase filosófica, aparentemente simple, encierra una de las verdades más profundas de la vida humana: todo fluye, todo cambia, nada permanece. El río cambia su curso, el agua que toca nuestra piel nunca vuelve a ser la misma, y nosotros tampoco.
En la vida moderna, donde buscamos estabilidad, certezas y rutinas, aceptar esta idea puede resultar desafiante. Nos cuesta entender que aquello que amamos también se transforma, que los vínculos se redefinen, que los proyectos evolucionan, y que incluso nuestra identidad se renueva día a día.
La psicología ha retomado esta visión de Heráclito como una metáfora perfecta para comprender la mente humana: un río en permanente movimiento. Entender este principio puede ayudarnos a sanar, a soltar el pasado y a vivir con más conciencia del presente.
En este artículo exploraremos qué significa realmente “no poder bañarse dos veces en el mismo río”, cómo se relaciona con procesos psicológicos como el cambio, la pérdida, la identidad y la aceptación, y qué herramientas nos ofrece la psicoterapia para navegar mejor las aguas del cambio.
Cuerpo del artículo
I. El sentido profundo de la frase: todo fluye
Heráclito, filósofo presocrático, creía que la realidad está en constante transformación. Para él, el universo no era estático ni fijo, sino un proceso continuo de nacimiento y destrucción. Su famosa frase “panta rei” (todo fluye) nos invita a aceptar que la impermanencia es la esencia misma de la existencia.
Desde la psicología, esta idea se traduce en la comprensión de que la mente humana también está en flujo. Nuestros pensamientos, emociones, deseos y miedos cambian con el tiempo. Incluso nuestras creencias más firmes pueden transformarse ante nuevas experiencias o aprendizajes.
El problema es que, como seres humanos, solemos resistirnos a ese flujo. Buscamos la seguridad de lo conocido, tememos el cambio y nos aferramos a lo que ya fue. Sin embargo, el río sigue corriendo, y cuando intentamos detenerlo, solo generamos sufrimiento.
II. El cambio y la resistencia: una mirada psicológica
El cambio es una constante en la vida, pero la mente humana está programada para buscar estabilidad. Esta tensión entre lo cambiante y lo estable es fuente de ansiedad, frustración y miedo.
Según la psicología cognitivo-conductual, la resistencia al cambio está relacionada con sesgos cognitivos como la ilusión de control, el pensamiento dicotómico (“todo o nada”) y la necesidad de certeza. Cuando sentimos que el mundo cambia más rápido de lo que podemos asimilar, tendemos a negar, evitar o bloquear la realidad.
Por otro lado, la psicología humanista —con autores como Carl Rogers— propone que el cambio es, en realidad, una expresión natural de nuestro proceso de crecimiento. La persona sana es aquella que se permite fluir con su experiencia, sin juzgar ni controlar cada emoción. Rogers lo llamó el “organismo en funcionamiento pleno”, capaz de vivir de manera auténtica y abierta al proceso de cambio.
En cambio, cuando resistimos el fluir, nos estancamos. El agua quieta se corrompe; la mente inmóvil también.
III. El río como metáfora del yo: identidad en movimiento
La frase de Heráclito también plantea una paradoja fascinante: si el río cambia y yo también cambio, ¿quién soy?
Esta pregunta ha sido objeto de reflexión tanto filosófica como psicológica.
En psicología del desarrollo, se reconoce que la identidad personal no es un bloque fijo, sino una construcción dinámica que evoluciona a lo largo de la vida. Lo que pensábamos a los 15 años no es lo mismo que creemos a los 40, y eso no implica incoherencia, sino crecimiento.
La psicología narrativa también enfatiza que la identidad se construye a través de historias. Cada vez que recordamos un hecho, lo reinterpretamos desde el presente. Así como el río nunca es el mismo, la historia que contamos sobre nosotros tampoco lo es.
Ejemplo cotidiano: una persona puede recordar su ruptura amorosa de hace diez años con dolor, pero con el tiempo reinterpretar ese evento como un punto de inflexión que le permitió conocerse mejor. La historia cambió, porque la persona cambió.
IV. La impermanencia y la ansiedad moderna
Vivimos en una cultura que valora la permanencia: trabajos estables, relaciones duraderas, cuerpos jóvenes, verdades absolutas. Pero la realidad, como el río, no se detiene.
Cuando intentamos negar el cambio, surge la ansiedad existencial.
Desde la perspectiva de la psicología existencial (Frankl, Yalom, May), el sufrimiento humano proviene en parte de la dificultad para aceptar la impermanencia. Queremos que las cosas duren, que el amor no se acabe, que la vida no cambie. Sin embargo, cada instante que pasa nos recuerda lo contrario.
Aceptar que “uno no puede bañarse dos veces en el mismo río” implica aceptar que todo lo que vivimos es único e irrepetible. Esta conciencia puede generar tristeza, pero también gratitud. Porque si nada permanece, cada momento se vuelve más valioso.
V. El duelo como experiencia del fluir
El duelo es quizás la experiencia más clara de la imposibilidad de volver al mismo río.
Cuando perdemos a alguien, deseamos regresar al tiempo anterior, a esa orilla donde todo estaba bien. Pero ese tiempo ya no existe.
La mente intenta revivirlo, negando la realidad, como si pudiéramos “volver a bañarnos” en ese mismo instante.
La terapia del duelo nos enseña a reconocer que el amor no muere con la pérdida, sino que se transforma. La relación cambia de forma, y nosotros también cambiamos al atravesar el dolor. El río sigue fluyendo, pero llevamos con nosotros las huellas de lo vivido.
VI. Aprender a fluir: herramientas terapéuticas
Aceptar el cambio no significa resignarse. Significa aprender a navegar.
La psicología contemporánea ofrece diversas estrategias para fortalecer nuestra capacidad de adaptación:
1. Mindfulness y aceptación
La atención plena nos entrena para vivir el presente sin aferrarnos al pasado ni anticipar el futuro. Nos ayuda a observar el fluir del pensamiento, igual que observamos el fluir del río, sin intentar detenerlo.
2. Reestructuración cognitiva
Implica identificar pensamientos rígidos del tipo “esto no puede cambiar” o “debería ser igual que antes”, y reemplazarlos por otros más flexibles y realistas. El cambio deja de ser una amenaza para convertirse en una oportunidad.
3. Flexibilidad psicológica
Concepto central de la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT). Consiste en actuar conforme a nuestros valores, incluso cuando las circunstancias cambian. En lugar de luchar contra la corriente, aprendemos a remar en la dirección de lo que realmente importa.
4. Autocompasión
Practicar la autocompasión implica tratarnos con la misma amabilidad que ofreceríamos a un amigo que atraviesa un cambio difícil. Es comprender que el dolor es parte del proceso de transformación.
5. Terapia narrativa
Reescribir nuestra historia vital desde nuevas perspectivas nos permite integrar el pasado sin quedar atrapados en él. Podemos aceptar que las versiones anteriores de nosotros también fueron necesarias para llegar a donde estamos.
VII. Ejemplos de la vida cotidiana
- Una pareja que evoluciona: lo que los unió hace años no es lo mismo que los sostiene hoy. Si ambos entienden que el amor cambia de forma, pueden seguir creciendo juntos.
- Un profesional que cambia de rumbo: la vocación inicial puede transformarse; no es traición, sino coherencia con una nueva etapa.
- Un padre que ve crecer a su hijo: cada día el niño cambia, y el padre también. El vínculo debe adaptarse para seguir siendo significativo.
Aceptar que nada permanece igual nos libera de la frustración de querer detener el tiempo. El fluir no destruye, transforma.
Conclusión
La frase “uno no puede bañarse dos veces en el mismo río” no es una advertencia triste, sino una invitación a vivir con plenitud.
Nos recuerda que cada instante es único, que la vida es movimiento, y que resistir el cambio solo genera sufrimiento.
En psicología, aprender a fluir es una forma de salud mental. Implica aceptar nuestras emociones, comprender que todo pasa y confiar en que el río de la vida nos lleva hacia donde necesitamos estar.
Quizás el secreto no está en detener el agua, sino en aprender a nadar con ella.
Bibliografía
- Frankl, V. E. (2012). El hombre en busca de sentido. Barcelona: Herder.
- Rogers, C. (2007). El proceso de convertirse en persona. Buenos Aires: Paidós.
- Hayes, S. C., Strosahl, K. D., & Wilson, K. G. (2014). Terapia de Aceptación y Compromiso. Desclée de Brouwer.
- Kabat-Zinn, J. (2016). Vivir con plenitud las crisis. Barcelona: Kairós.
- Yalom, I. (2010). Mirar al sol: la superación del miedo a la muerte. Barcelona: Emecé.
- Heráclito (2000). Fragmentos. Madrid: Gredos.




